cinco bicicletas (2)

georges braque 


una

dios que todo lo ves
despiojador del mundo cuatrojos
borla perdida en las torceduras de la túnica
sorprendido estás de ver a quien creías muerto
dar saltos a los grandes árboles
para arrancarles sus monos resignados
has visto cómo entre mis colmillos habla
su extremidad encogida


dos

todo lo encenega la edad que transcurre
los humores engordados deslizan
sus nervaduras prietas
en pequeños y ordenados dormitorios
acoge lo que soy en tus brazos y
mánchate de mí como las chimeneas
afilando el humo


tres

tanto como acontece bajo las camas
y la angustia nos dicta
en las hendiduras de la pared
en la espesura del aire
donde florece algún desasosiego
déjate espiar las vasijas
allí guardo mi sierra y
un hachón que de la cera alumbra
oscuros temblores en la tierra


cuatro

y puedo hacer de esta charca
un océano de pájaros escurridos
atrapándose los picos mudos
a distancias romas
como esos imperdibles que clavas en tu antebrazo
cada noche
para que languidezcan las pestañas
embotellando goletas
que una luna anuda presurosa
cuánta sangre teñida de cabello


cinco

y hago todo el mal que puedo
cerca de tus pies
acechando la arena que en tardes
dora hasta el tobillo
viejas tardes que perezosas
se alisan los senos
murmurando apartadas y conmoviéndose en 
esas arenitas del pulgar

cinco bicicletas (1)


marcel duchamp


cinco bicicletas

que hábilmente has trocado en ingenuidad
esa necesidad terrera
mira las ruedas girar enniqueladas
y el metal engomado
frío e indiferente
crujir de guijarros

del aire que te sostiene
admiro la devoción

una

cuando misturo cajones de distinto tamaño
las hojas desprendidas buscan con la mirada
el árbol a lo lejos
salando de cristales la humillada
venero fue y avergonzadas
los brazos se revuelven en los cuerpos
cuando la quietud se balancea en rocas

dos

despeñada de mí la nube que madura
entre la hierba
una caricia firme o desmedida
un puente que tus labios salivan
deshecho en faralaes
turbio y ronco de malezas
tú que corres
a mostrar en la cortina
los élitros brillantes de tu vientre
asomada a la risa delgada de las horas

le falta un diente al blancor de tu pecho
para hincar de luz tanto silencio

tres

cien arrugas que al hueco de la mano
transpiran cetros
singladuras del mármol
un cielo conquisté en desusado sitio
espada fui tendida en cualquier sangre
al atardecer
mi largo capuz oscurecía encendidas almenas
matacandela que a tus labios llamaba
tenaz
rodrigón de tu tierno aliento

cuatro

es en la escondida selva donde pronuncias
tus tímidas sospechas
el semen que las baquetas derraman
en la tensada piel de los tambores
colibríes que ébrian un viento que resbala
lejos de nosotros
yo
el más pequeño de todos
pegado al vientre de mi madre
oyéndote llamar
hermana
he nacido con dos cabezas y
un único ojo
y es tal mi fealdad
que vomita en arroyos los reflejos
de cada superficie y titila
quejosa
así el recogimiento como el asco
que en mi boca aún bullen
rodando del mar por las orillas
llevado de las olas
y con todo
encrestado
me muestra a los demás en sus manos
y pocos se atreven a tocar
el pelo que me hirsuta

cinco

y todo es lluvia y lluvia y
el corazón arqueado de un solo hombre

entrevista quimera

foto: jenn díaz



ENTREVISTA (mínima)
por Pablo Chul




astillas es la continuación de tu novela anterior, el afinador de habitaciones. ¿Qué relación hay entre ambas? 
cuando terminé de escribir -el afinador de habitaciones- quise continuar con ese personaje, saber más, estar con él, porque me interesaba conocer el destino de alguien tan incapacitado para vivir, y eso es -astillas-

¿Quién es y cómo es este narrador? 
el personaje de estas novelas, y también de algún cuento que voy escribiendo, es generalmente un ser desvalido, con graves carencias afectivas, que no ha encontrado su sitio en el mundo, ni lo encontrará, que vive la vida como una agresión constante. en definitiva, una persona sensible, una persona cualquiera

¿Y hacia dónde irá la continuación de esa serie de novelas, de estos "relatos del yo"? 
en la actualidad estoy escribiendo la tercera parte -un insecto de color café- que tiene un tono casi de comedia, con un narrador -torpe- que lo cuenta todo excepto la historia que pretender contar, y da vueltas y vueltas y saltos temporales alrededor de esa historia, en una especie de terapia sin curación posible 

¿Se cerrará así la trilogía? 
en primer lugar, debo aclarar que estas obras forman parte de los -relatos del yo- no me he marcado un número determinado de obras, pero sé que no serán tres, porque detesto las trilogías y lo que significan: comercio, vacío y afectación. los escritores deberían dedicar sus esfuerzos a escribir una novela, una buena novela, y no tres naderías

¿Encuentras demasiadas naderías entre lo que publican tus contemporáneos? ¿De qué clase? 
leo poco a mis contemporáneos, a veces ni siquiera me dan tiempo, autores que en el 2.010 eran considerados poco menos que genios, en el 2.011 son tratados de -basura literaria- y barridos como el confeti tras la fiesta. esto se debe a la terrible frivolidad y voracidad del mercado, y a la utilización comercial de textos y autores, que propicia una literatura apresurada y epidérmica, falta de pensamiento, de reflexión

¿A qué autores, entonces, lees con gusto? 
prefiero a los escritores que han madurado lentamente, en casa, al margen de todo, como proust o emily dickinson. los que hacen de la literatura algo personal, no una carrera de reconocimiento social

La voz del narrador protagonista de astillas parece similar a la del narrador de la cuervo, texto que abre el afinador de habitaciones... 
en realidad, son muy distintos, el narrador de -la cuervo- es un boxeador que no lee, su sensibilidad está muy al fondo, y además no es del todo fiable. tiene un pensamiento vulgar y ya hecho, con expresiones que se repiten a lo largo del relato: y entonces, de verdad lo digo, la vida es como ciclos, y eso nadie lo sabe mejor que yo, etc. mientras que el narrador del afinador y de astillas es muchísimo más culto, es un lector compulsivo y su sensibilidad suele acabar en desmayos (el afinador) y en lágrimas (astillas) sus reflexiones sobre el mundo, la vida y el resto de los personajes, estarían completamente fuera de lugar en -la cuervo- la similitud está en la voz narrativa, y en cómo se manifiesta esa voz

La ausencia de mayúsculas, una sintaxis fluida y los insertos de partes de la oración entre guiones caracterizan esa voz que parece ya indentificarse con la tuya. ¿Se trata de un artificio narrativo para simular la forma del pensamiento, es tu expresión, es la reivindicación de un habla nueva, una propuesta estilística o qué? 
posiblemente sea todo eso y más, los diálogos desnudos, sin acotación, también forman parte de esa decisión de no intervenir en el texto. lo curioso no es que esa voz se identifique con la mía, sino que muchas veces me sorprendo a mí mismo hablando exactamente igual que mi narrador, y me callo

Pero, ¿no puede suceder que un recurso estilístico tan intenso como esa voz narrativa interfiera en el relato? 
mi intención es que se exprese con total naturalidad, que esté cómoda en el relato, acercarla al lector y conseguir esa inmediatez que la literatura ha perdido, que entre la voz narrativa y el lector no haya nadie ni nada que incordie, que moleste. ninguna exhibición de buenos sentimientos, de conocimientos teóricos sobre lo que sea, de erudición. una narrativa interior, íntima, sin intermediarios. lo que busco es la desaparición del autor, apartarme de esa prosa necrosada y absolutamente inexpresiva que se reconoce como -buena literatura- y alcanzar una saludable -inconsciencia prosística-

¿Cómo se relacionan tu poesía y tu narrativa? 
mi obra narrativa es una continuación de la poesía. la escribo con la misma intensidad y con el mismo cuidado, para mí no hay diferencia. hace mucho tiempo, años, que no escribo poesía, sólo para el afinador o esos versos sueltos que es lo único que le está permitido al protagonista de -astillas- lo cierto es que en estos momentos no creo en la poesía, ni en la mía ni en la de los demás, por eso no me decido a publicarla. dejé de escribir poesía cuando compuse un recitativo con palabras inventadas, pura cáscara retórica, y eso acabó conmigo. supongo que yo también tenía -las páginas contadas- ahora soy un poeta sin poesía, un poeta narrativo o algo así

¿Dónde y cómo reconoces el germen de una posible historia? 
es algo demasiado vago para explicarlo, una mezcla de tono y atmósfera, algo que casi puedes acariciar. no hay ninguna idea, ninguna historia que escribir, sólo tensión, como si estuvieses cargado eléctricamente. lo único que sabía en -el afinador de habitaciones- es que un chico conocía a dos chicas de un reformatorio. en -astillas- que la abuela del protagonista se moría, no necesito nada más para ponerme a escribir. el relato o la novela no es lo que planifico, es lo que ocurre cuando escribo. eso me convierte en un irresponsable, pero permite que los personajes se muevan libremente, que respiren. por ejemplo, en -la cuervo- tenía una anécdota mínima y un narrador iletrado, preliterario, me basé en algunos procesos de brujería, y en -el informe secreto- de mateo alemán, o al menos en lo que recordaba de esos informes, de esas voces. al terminar el relato me di cuenta de que me había olvidado esa -anécdota mínima- y lo que es más importante, de que el relato no la necesitaba. más que un arquitecto que proyecta su construcción, me siento como el arqueólogo que descubre una arista de mármol en la arena y comienza a excavar. y a corregir, no paro de corregir cada párrafo hasta que consigo la adecuada ligereza, la transparencia, el ritmo perfecto


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Nota del entrevistador
El narrador de el afinador de habitaciones, publicada hace un año, retoma la palabra en astillas. Conversamos con celso castro, de quien sí se puede decir aquello de que escribe sólo como él mismo. Y si no, a los hechos: hemos respetado la peculiar puntuación, sintaxis y ortografía en sus respuestas.

otro autorretrato

van gogh


tengo el lomo irisado
de las pasiones más tercas
y la engañosa voz de la bondad
un pitido que esponja las narices y
encumbra por momentos
                                       ya el satén ya la seda
en fin
           tengo las cuarteadas manos corchos de lejía
y el corazón acostumbrado al suelo
mi idioma neutro y reventado de patas
el aire
           el aire no lo trago

varada de playas
me recuesto en la arena más negra
y desde allí sueño
como las barcas sueñan
con hombres que las adentran en el mar

un collar de turquesas

matisse

lo cierto es que yo no soportaba a mi padre, por nada en concreto, pero… no lo soportaba. era demasiado hosco, demasiado serio, y su lenguaje se había ido empobreciendo progresivamente y, si me permites la expresión, desplazándose hacia el gruñido. sobre todo desde que me sorprendió con iria -su sobrina- su ojito derecho, en una de las habitaciones, que nos estábamos peleando y riéndonos encima de la cama y… nos sorprendió, que debía de llevar un buen rato allí de pie, y ya no volvió a dirigirme la palabra. fíjate que cuando me fui, que yo quería estudiar filosofía o filología o algo que me sirviese de base, que mi intención era convertirme en un gran escritor, y mi padre me dijo que no, que él no estaba dispuesto a mantener mis -bobadas de postín- que me ganase la vida como se la ganaba todo el mundo, trabajando, y que en mi tiempo libre —allá tú, si te apetece emborronar papel, pues…— así que entré en la escuela de hostelería, y gracias a iria, que intercedió, que si no… y… al marcharme, con el taxi en la puerta, le dije —papá, me voy, que…— y él me respondió sin mirarme —vale…— y me fui. iria lloró, y yo la vi llorar y también lloré, que las lágrimas son contagiosas. y además, era la única persona que se interesaba por mí, que me telefoneaba todas las semanas, el sábado, para preguntarme si estaba bien, y si la echaba de menos, nuestras peleas y eso, y que ella sí que me echaba de menos —muchísimo…— que yo no podía entenderlo porque era un crío —y los críos no entendéis de sentimientos…— y que si no fuese por mi padre, porque tenía que cuidarlo, se vendría conmigo a la ciudad. que la convivencia con mi padre cada vez era más difícil, que últimamente no paraba de quejarse, y que no tenía hijo, que nunca lo llamaba por su cumpleaños ni por su santo ni por navidad, como si no existiese, y… por qué no iba a pasar las fiestas con ellos 
—por favor… ¿vienes?... di que sí, anda, que el año pasado no viniste y... 
—no sé… pero si voy, te llevo un regalo… 
—no, no quiero regalos… mi regalo es que vengas… 
—ya lo tengo… 
—¿el qué?
—el regalo, ya te lo compré… 
—estás loco… ¿y qué es? 
—ah, es una sorpresa… 


y era el collar de turquesas que le había comprado a mabel. y como soy escritor, me inventé una historia, que mi madre en su lecho de muerte me había mandado llamar y me había dicho que abriese el cajón de su tocador —el de la derecha…— y que cogiese un estuche de terciopelo negro que guardaba para mí —hijo mío, ese collar de turquesas es para ti, para que cuando seas mayor se lo regales a tu mujer, a tu esposa ¿eh?— y es lo que iba a contarle a mabel. porque a iria no podía contarle eso, que sabía más de mi familia que yo, que una vez mi padre se enfadó conmigo, no recuerdo por qué, y empezó a gritarme que mi madre se había suicidado por mi culpa, que había caído en una depresión profunda nada más verme, y que no le extrañaba —¡que le diste un postparto de cojones!— y me tiraba cosas, la jarra del vino y los platos y tenedores y… y yo me escapé de casa y corrí a refugiarme en una cabaña que habíamos construido iria y yo cerca del río, en una desviación del camino de sirga, que había un pequeño claro, y… era nuestro refugio, allí hacíamos el amor, o lo que hagan los niños, lo hicimos muchas veces, hasta que se fue a un campamento de verano con las monjas, que son unas meticonas, siempre indagando, y… regresó y no me dejaba tocarla, y que no y que no —que una mujer debe hacerse valer y respetar y…— lo que resultaba bastante ridículo, porque ella no tenía más de once años y yo aún no había cumplido los diez, y… era ridículo… y estaba en la cabaña, llorando, y al anochecer vino iria a buscarme y me dijo que ya podía volver a casa, que a mi padre se le había pasado el enfado, y que no llorase, que yo no era culpable de… lo que había sucedido, que mi madre era una depresiva, una enferma, y no era culpa de nadie, y… hablábamos de mabel, que la conocí en la escuela de hostelería, y enseguida congeniamos y alquilamos una habitación y nos fuimos a vivir juntos. y ella quería montar un establecimiento donde se sirvieran cócteles —¿no sabes? un sitio fino y moderno...— y yo le dije que la ayudaría, que haría todos los cócteles que quisiera, mañana, tarde y noche, pero que a las doce en punto, con las campanadas, me transformaba en escritor y me encerraba en casa a escribir, y ella —¡trato hecho!— y estábamos tan ilusionados con el proyecto que me inventé esa historia de mi madre y le compré el collar para regalárselo en su cumpleaños. y lo escondí en el escritorio, bueno, en la mesa donde escribía, debajo de mis cuadernos, que ella ahí no andaba. que en el tiempo que vivimos juntos, te juro que nunca la vi manifestar ninguna curiosidad por el acto creativo en sí, ni por el lenguaje escrito ni… al menos por el mío. que una vez le dije que había comenzado la redacción de una novela, y ella —¿sí? ¡qué bien! ¿y de qué va?— y le estoy contando el argumento, y ella en la luna, de verdad, como si se lo estuviese contando a la pared, y de repente me interrumpe muy animada —¡ah! ¿sabes a quién me encontré por la calle real?— que es lo único que le importaba, en serio, que sólo le importaban los cócteles y los vestidos y la gente de categoría y presumir y esa mierda, y… resumiendo, que faltaban un par de semanas para su cumpleaños y se le infecta un dedo ¿no? el dedo gordo del pie, que siempre se arrancaba los pellejitos, tenía esa manía, y se le infectaban, y… se le puso el dedo hinchadísimo, ENORME, que no podía ni caminar. y vamos al podólogo, y las curas y… casi todas las tardes, se arreglaba mucho y se iba a hacer las curas ¡con zapatos de tacón! y yo sin enterarme de nada, que no sé si alguna vez has escrito una novela, que estás como obnubilado, inmerso en tu mundo, y no te enteras de lo que ocurre a tu alrededor. y un día viene y me dice —tenemos que hablar…— y… en definitiva, que ya está curada, pero… que el podólogo y ella… —sin pretenderlo ¿eh?— se han enamorado y quieren casarse cuanto antes, en cuanto le presente a su familia 
—es de una familia muy… ya verás, te va a encantar, es muy agradable, y lee mucho… y además, tú… ya sé que no lo quieres reconocer, pero estás enamorado de tu prima o… lo que sea, porque… 
—oye, no me jodas ¿eh? si quieres irte, te vas, que nadie te retiene ¿vale? y ahórrame las disculpas y las explicaciones… 
—es la verdad, siempre estás hablando de ella… 
—¡joder, quieres irte de una puta vez! 


 y como era propenso a las depresiones, igual que mi madre, y tenía esa inclinación natural, esa proclividad que aunque tú no la notes, está ahí, latente, y cualquier contrariedad, pues… y salía a emborracharme por las noches, que todos mis amigos y conocidos trabajaban en hostelería y solían invitarme o me cobraban menos, y me daban consejos y… yo les contaba lo de mabel, que el podólogo le había quitado un pellejito y a mí me había despellejado. y al principio sonreían, que les hacía gracia, pero después se cansaron y dejaron de sonreír, y yo dejé de contarlo, y me sentaba a beber en silencio, y acababa llorando, y claro, era muy molesto, y un fastidio para el resto de la clientela. y una noche se me acerca adolfo, uno que había estado trabajando en inglaterra, en el museo británico, que le llamaban -la bobina- en parte porque llevaba la alopecia cruzada de una oreja a otra y pegada al cráneo, y en parte porque era un poco simplón y amanerado, y a lo mejor por más cosas, no sé, y… se me acerca y —¡eh, venga, hombre! ¡ánimo, hay que reaccionar!— y que no valía la pena sufrir por nadie, y que a él le había pasado lo mismo, que había tenido un desengaño amoroso —¿y sabes qué hice?... me puse a trabajar como si nada, y para vaciar la cabeza de… la rabia que sentía, de la impotencia…— se había metido en un gimnasio y ya era tercer dan de jiu jitsu. no, esto me lo estoy inventando, estoy exagerando para hacerlo más llamativo, en realidad me dijo que era cinturón verde o azul —y además, en nuestro trabajo siempre te tropiezas con algún pesado, y…— podías aplicarle una llave y reducirlo, sin alterarte y sin violencia —¿por qué no pruebas, eh?... venga, hombre ¿qué pierdes? te dejo un kimono y pruebas unos días, y si no te gusta…— y cuando me vi en el espejo con el kimono de jiu jitsu, me eché a llorar, de verdad, que… me parecía que había tocado fondo, que no se podía caer más bajo, que nadie en esta ciudad, ni fuera de esta ciudad, llevaba una vida más absurda y estúpida que la mía, y que era una vergüenza ver al -gran escritor- en qué se había convertido, y pensé que si iria me viese así, con el kimono, me soltaba una hostia que… seguro… y sin embargo, fui a clase de jiu jitsu durante dos o tres semanas, una quincena, hasta que entré a trabajar en un pequeño restaurante de la marina, que me dijo adolfo que estaban buscando camarero, que se les había ido el que tenían, y me presenté y 


y nada más entrar a trabajar en el restaurante, me enamoré de una dependienta, la encargada de una tienda de ropa, una especie de boutique, que venía a comer los viernes y algún sábado, y a veces durante la semana, y siempre comía lo mismo, una ensalada completa, que se la preparaba yo, y té rojo, que me dijo que era su preferido y lo compré para ella, porque nadie pedía té rojo, sólo ella, y… era muy guapa, pelirroja, con los ojos oscuros, y la piel blanquísima, y los labios… y llevaba un traje chaqueta negro con un distintivo y su nombre -INGRID- que para mí que no era su verdadero nombre, que a lo mejor se llamaba… por ejemplo, elvira, y se lo cambió. en fin, que llegaba al restaurante y se sentaba en la mesa del rincón, que se la reservaba yo, y se ponía a hablar por el móvil con una tal belén, supongo que una amiga, y… se veía que tenía problemas con su marido o su pareja o lo que fuese, por las cosas que decía, y porque algunos días le costaba sonreírme, y aun así me sonreía. y yo buscaba esa sonrisa y me paseaba a su alrededor con el paño, colocando sillas y servilleteros, y echándole miraditas significativas, y que estaba dispuesto a contarle la historia de mi madre y a regalarle el collar de turquesas y a ayudarla y a apoyarla en lo que necesitase. que todos los idiotas, y es norma general, una vez que hemos estropeado nuestra vida, nos volcamos despiadadamente en la de los demás. y sin embargo, he de admitir que no le interesaba demasiado, ni siquiera se fijaba en mí, no sé si porque yo era camarero y ella encargada, o porque tenía casi treinta años o más y ni se fijaba en mí, o… bueno, y ya te dije que me había telefoneado iria para que fuese a casa, a celebrar con ellos las fiestas navideñas, o sea, con iria, que mi padre era capaz de pasar sin comer por no abrir la boca, y… me lo estaba pensando. y es que en esos días me torcí el pie, que había empezado a correr por lo del jiu jitsu, para ponerme en forma, y… cuando lo dejé, seguí corriendo, que me gustaba ir por el portiño, respirando el aire del mar y contemplando el paisaje, las gaviotas, los barquitos y esas cosas, y… nada, que me torcí el pie, que había muchas piedras y pisé mal, y como se puso a llover, continué con mi carrera para no mojarme y… volví a torcérmelo y me hice un esguince que no podía trabajar ni estar de pie. y cogí unas muletas y me fui a llevar la baja al restaurante. y recuerdo que andaba todo el mundo muy alegre por ahí, por la navidad y porque acababan de dar las vacaciones y… y llego al restaurante y a punto estuve de caerme por culpa de alvarito, un niño de seis o siete años que era insoportable, de verdad, un repelente, uno de esos niños consentidos ¿no sabes? que ya me había tirado la bandeja en más de una ocasión, y… eso, que estaba jugando con un globo y se me metió entre las muletas y no me caí de milagro, y gracias a que pude verlo, que lo traían señalizado del colegio con un gorrito de papá noel, y… en resumen, que entrego la baja, y estoy hablando con el dueño, que se portó muy bien conmigo, claro que yo también me portaba bien con él, que muchas veces si había apuro, me quedaba a echarle una mano, y… en fin, que estoy hablando con el dueño, y que me cuide y repose el pie, y… ya me estaba despidiendo, y veo que entra ingrid y que se va a su mesa del rincón. y yo —casi me tomaba un café, es que no desayuné nada, con las prisas…— y que estaba agotado de andar con muletas de aquí para allá, que me dolían los brazos. así que fui a sentarme muy aparatosamente en la mesa de al lado, haciendo mucho ruido con las muletas, a ver si me preguntaba qué me había pasado, aunque sólo fuese por educación, por amabilidad. pero… llegué tarde y ya estaba con el móvil —hola, soy yo otra vez… nada, que me acaba de llamar… sí… pues… eso, que se quedaba con ella, que estaba sola aquí y… ya… peor… más que cabrón, que sabe cómo está mi madre, joder… con lo de mi padre, y… por un día, qué le costaba… yo qué sé… ahora prefiero no decirles nada, que se tuvo que ir de viaje, que… sí, algo urgente, y… cuando pase toda esta mierda de fiestas, ya… en enero se lo digo… joder, se van a llevar un disgusto… sí… a ver cómo se lo digo… no… no, te lo prometo… no pienso llorar por ese cabrón nunca más… no se lo merece… es que me da un coraje… te juro que si lo tengo aquí delante… 


y de repente se oyó un estallido que nos sobresaltó a todos, que… y al momento alvarito se puso a gritar como un condenado y a soltar lagrimones y a enseñarle a su madre aquellos restos de goma que colgaban de su mano, y la madre —no llores, mi vida, que mamá te compra otro ¿sí?— y los clientes de las otras mesas sonreían compasivos y hermanados en ese espíritu —pobrecito, se asustó…— yo no, que le estaba bien, aunque la culpa era de sus padres, que… entonces me volví para mirar a ingrid y hacer algún comentario gracioso, y vi que estaba llorando, que… como te dije antes, no hay nada más contagioso que las lágrimas, y… lo hice sin pensarlo, me levanté y le dije —tranquila, yo te tapo…— y me planté allí con las muletas, delante de ella, para que no la viesen llorar. y ella lloraba y lloraba y me cogía la mano, me la apretaba agradecida, y a mí también me entraban ganas de llorar, y de hecho, salí del restaurante sin despedirme de nadie, que iba llorando por la marina, pensando en iria y en que por lo menos nosotros no estábamos tan expuestos, que teníamos nuestro refugio escondido muy adentro, y ahí siempre podíamos cobijarnos, y… que ya estaba decidido, que volvería a casa, nervioso y tartamudeando y sin saber qué decir, qué actitud… seguro que me quedaba como un idiota, mirándola, o cabizbajo, sin atreverme a mirarla. lo mejor sería coger el collar y dárselo, decirle —toma, esto es para ti… ¿te gusta?... son turquesas…— y ella me empujaría y se reiría, y yo la empujaría y… después nos iríamos a nuestra cabaña a pelearnos con cuidado, por el esguince, y yo le contaría cosas de la ciudad, y ella abriría mucho los ojos, que era su forma de animarme a disparatar, que no le importaba que me inventase las historias, se reía igual, y… aunque no le mencionaría a mabel, ni a ingrid, ni la soledad. esa soledad lenta que enmohece y apaga las miradas, y te deja… no sé, pobre ingrid, me arrepentí de haberme marchado así. me hubiese gustado consolarla de alguna manera, y abrazarla. pero lo primero que te enseñan en la escuela de hostelería es que nunca -en ningún caso o circunstancia- debes abrazar a un cliente. jamás, ni siquiera en navidad